La práctica de la política necesita de oficio. Pero la política no es una profesión.
Necesita de algunos conocimientos técnicos en campos muy diversos, de capacidad para entender las diversas realidades, de mucho trabajo en equipo, de entenderse con tod@s.
De priorizar lo que nos es común sobre lo que nos diferencia. De mucha empatía. De un sueño que permita que nunca perdamos el rumbo y, si no hay verdades absolutas, solo nos queda asumir verdades compartidas, ya que somos sociedades plurales y diversas (lo que no implica que necesariamente tengamos que ser desiguales). Cosas que están en tod@s y cada uno de nosotr@s.
Estamos asistiendo, tristemente, a una banalización de la política, convertida en un carnaval de fuegos artificiales. Banalización acentuada en los momentos en que más seria tendría que ser. Las casi permanentes campañas electorales en las que perpetuamente estamos instalad@s no nos permiten tomar decisiones, que, a corto plazo pueden ser impopulares porque significan un cambio en nuestras costumbres y hábitos, pero indispensables a medio y largo plazo.
No parecemos ser conscientes del daño que estamos haciendo a la democracia, con tanto espectáculo, con tanto populismo, con tanta gesticulación hueca. Democracia imperfecta que damos por instalada, sin darnos cuenta del elevado precio que hay que pagar por mantenerla y ensancharla.
La política nos atañe a tod@s y tod@s de alguna manera deberíamos ejercer de
polític@s, algo muy diferente a poner una papeleta en una urna (imprescindible, pero no suficiente), o pertenecer a un partido político (honroso, pero no suficiente), o ser un activista social (necesario, pero no suficiente).
Ocuparse de la política es exigir información veraz a quien debe dárnosla porque ejerce responsabilidades. Es exigir que cumpla la palabra dada y, que con honradez explique los motivos, si no ha sido posible y así, ser tratados como ciudadan@s adult@s. Es exigir que se ocupen de los problemas de nuestra sociedad donde cada persona importa, y no solo sus votos.
Es exigir seriedad, diálogo, compromiso, y el fin de la demagogia, a quienes la ejercen en el gobierno o en la oposición, aquell@s que deben ser el control del poder institucional, beben ser valientes en la discrepancia, no temer a los acuerdos, no recurrir a la manipulación donde todos pierden la credibilidad.
Es exigir que los medios de comunicación que nos informan, separen opinión de información, que vigilen y contrasten la procedencia de sus noticias, que su labor no sea satisfacer nuestras emociones, exaltarnos o complacernos, para así vender un poco más su producto. El periodismo es un pilar de una sociedad democrática, tan esencial como las instituciones, y por tanto, el nivel de exigencia con su oficio ha de ser similar al que deberíamos tener con l@s polític@s.
La política necesita ser practicada con oficio, con talento, eligiendo cuidadosamente a quienes han de desarrollar esta labor de tod@s y para tod@s. La política y la democracia deben ser un instrumento para resolver problemas concretos de gente concreta. Para planificar nuestro futuro colectivo, siendo muy escrupulosos con nuestra individualidad. No ponerse solo las gafas del corto plazo, dar soluciones sencillas a problemas sencillos y, soluciones complejas, a problemas complejos.
Se trata de dialogar, acordar y tomar decisiones con la máxima complicidad posible. Aunque cuesten votos (que para eso se está en política) y no estar la mitad del tiempo pensando en cómo destruir al competidor y al adversario.
Jugando con una frase de Robert Luis Stevenson o, como yo la interpreto: "La política es el único oficio para la que no es existe ninguna preparación concreta, porque necesita de todas".